lunes, 2 de agosto de 2010

A mí me ha sido entregada (IV)

Turno de Castellani:


El diablo es el autor de la “mecanización” del mundo moderno; y eso no por puro gusto de embromar, sino porque lo tiene en la sangre; “le viene de naturá”, como a Carmen Amaya la danza. El diablo es el que quiere hacer vivir a toda criatura su propia existencia, “vivir su vida” como dicen las huaynas de Buenos Aires. Víctor Hugo vio bien, que el diablo y Dios están unidos en la paternidad; porque el diablo ayudó a Dios en la creación de lo terrestre.

Atención, entendámonos bien; que aquí oigo un grito de “¡maniqueo!” que me ha lanzado el canónigo teologal.

Dios es el Creador, desde luego; Dios no puede comunicar a ninguna creatura el poder de crear “ex-nihilo”; ni siquiera puede servirse de ninguna como instrumento para la instantánea operación creativa —demuestran sabiamente los canónigos teologales. Pero Dios creó a Satán al mismo tiempo que el universo material, y en una misteriosa (para nosotros indescifrable) afinidad con él. “Creavit cuncta símul”. “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”, dice el Berehim; el cielo es la creación espiritual, la tierra con su firmamento, que “no es cielo ni es azul, lástima grande”… es el universo material. Entonces comenzó el “tiempo”.

¿Quién es Satán? Los Padres latinos creyeron que era uno de los ángeles de la jerarquía ínfima; mas los Padres griegos enseñaron con más congruencia que fue (y es) el Arcángel prepuesto al gobierno del Universo, el que mueve las inmensas ruedas de los astros y atiza la evolución de lo viviente; y lo sacan del título que le dio Cristo de “Príncipe de este mundo”; y de la 3ª tentación en la cual Satán le ofrendó el gobierno de este mundo y Cristo no le respondió: “Embustero, no puedes dar eso”;… y de otras palabras de la Escritura. El pecado no destruye la naturaleza sino la gracia; si un pecador es por naturaleza gobernador de este mundo, queda gobernador después del pecado. Si un hombre de talento peca, no por eso pierde de golpe el talento de que abusa. Si un hombre sano peca, no por eso va a perder la salud; aunque eso ya no es tan seguro, sobre todo con estas pestilencias asquerosas que hay hoy día, como la dispepsia y la adiposidad. De modo que si Satán fue desde “el principio” gobernador de este mundo (y eso en un espíritu no puede ser accidente externo sino natura) permanece siéndolo.

Dios creó a Satán y al mundo junto y con una arcana afinidad entrambos. Si un ángel puede mover la materia, es que tiene una habitud natural con ella (como un hombre no puede mover nada sino por algún contacto, ni el alma puede mover al cuerpo si no lo informa); es porque está en ella, pero no con un estar espacial, sino sustancial. El medio con que el ángel mueve lo material, creen los Santos que es el éter. De ahí que la bomba atómica y esto que llaman ahora “desintegración de la materia” creen los santos, que es invención angélica: que un ángel (y no el bueno a osadas) es el que dio al hombre la entrada a la secreta morada de los espíritus, que es el éter: no la morada espacial, seguro, los ángeles no tienen extensión, caro canónigo; sino la morada “habitudinal”, el “dominio”, como si dijéramos. Santo Tomás tiene dos extraños artículos en la Summa en que se pregunta: “¿Es el Cielo Empíreo el lugar de los ángeles?” y “¿Habitan los demonios el aire fuliginoso?” Por esas dos expresiones entiende Santo Tomás el “éter”; y la idea está sacada de un texto de San Pablo (Ephes. II, 2) y de una afirmación persistente de los antiguos, que está incluso en Aristóteles y en el Timeo de Platón.

El modo como el ángel está en la materia, eso es lo que nadie puede ni podrá explicar claro. La comparación más cercana que podemos excogitar es la disposición del artista para con su materia: no está unido a ella materialmente, por supuesto; pero lo está “habitudinalmente”. No ve solamente el mármol, la madera o los colores como nosotros, sino que los “intuye”, los ve por dentro; como puede usted cerciorarse, caro amigo, leyendo los dos excelentes libros de filosofía del arte de Diego F. Pro: El escultor Lorenzo Domínguez y Conversaciones con el pintor Bernareggi, editados por la Universidad de Tucumán. El escultor piensa en términos de volumen, masa, proporción y hueco, y no en silogismos como nosotros. El pintor discurre (o mejor dicho no discurre sino entiende) en términos de cuadros, composición, valores, tonos, luces y sombras. Por eso es tan difícil (y no se lo aconsejo a nadie) o mejor dicho imposible (imposible relativamente) discutir con un artista. El artista discurre en cuadros vivos. Quiero decir que entre el artista y su materia —su materia ideal, por decirlo así— existe una afinidad natural intrínseca, como si ella fuese una prolongación de sus manos. Lugones me contó que en la concepción de algunas de sus poesías, las rimas, lejos de serle una dificultad, era lo primero que le aparecía: en los Romances de Río Seco. No antes ni después, sino junto con la “idea”.

Dios “creó todas las cosas juntas”, dice la Escritura, y por cierto a pares, “cosa contra cosa”; es decir, “rimadas”: varón y mujer, cielo y tierra, natura y gracia. Y, sin embargo, dice también la Escritura que las creó en siete etapas; y la mujer después del varón. San Agustín concilia estos dos lugares diciendo que Dios creó todo de una vez; mas puso en el caos una fuerza de diferenciación que desarrolló el Cosmos en 6 etapas: la famosa “evolución” de los modernos. Esa fuerza fue Satán, el artista, que entonces no era todavía Satán (que significa “El Adversario”) sino Lucífero, que significa el “Portaluz”; puesto que la Escritura dice que “estaba con Dios en el Principio de sus Caminos”: esos largos e intrincados caminos que presintieron Cuvier y Lamarck.

Dios es el autor; pero Lucifer, si no es el soplo, es el soplador. Es el apuntalador, él tiene el libreto. El chufla (o digamos chifla) al interior de la creación el mismo soplo que él recibió directamente de la boca divina —excepto el hombre— en el cual “Dios sopló” —dice el libro del Berehim. Él invita a las criaturas a existir de su propia existencia. Las tienta con una tentación irresistible, con el ejemplo de su propio éxito. Inocente todavía, es ya malicioso como un mono, sutil como una culebra. Habiendo sido “inspirado”, es el inspirador. Los mundos, los eones y los siglos se deshojan desde sus dedos. Vuelve una tras otra, sorprendido, pero al punto comprensivo, y ya en el ajo de todo, las páginas de los seis “yôms”.

Desde el serafín hasta el gusano (¡qué suma inmensa de alusiones y confrontes!) todo se desarrolla en orden y jerarquía perfecta, tan perfecta que nadie debe tocarla. Ya está: nadie lo toque: ni Dios, exclama el Dueño de este Mundo. ¿Qué es eso del milagro; es decir, la excepción, el capricho, el disloque, el “desorden”? El arcángel siente los celos del artista respecto de su obra —del artista menor, el que no está por encima de su obra, sino adentro. ¿Qué es eso de crear un hombre, y juntarlo nada menos que a una persona divina? ¿Dónde se ha visto tal cosa? ¿Qué es eso de crear una mujer que sea ¡horror! madre de Dios? Nequáquam. Nom serviam.

Pobre diablo. Se apropió la obra de Dios y la ordenó a sí mismo, siendo el encargado de hacer marchar el mundo; mas no por eso dejó de hacerlo marchar. No “a latigazos” como dice Andreief, sino desde adentro, con su poder de crítico y “diferenciador”, con el ácido de la Discordia, “que es la madre de todas las cosas”, dijo Heráclito. Así como Dios tiende a reunir todas las cosas en la unidad, a “recapitular”, Satán tiende a diferenciar. Es el ser del cambio, el dueño del tiempo, el motor de la “evolución”, el “elán vital”, el pregonero de las modas, el patrón del Progreso Indefinido. Evolución, revolución, contrarrevolución, recontrarrevolución, destrucción, reedificiación… ¡Cambiad, mortales, cambiad, cambiad; porque yo no tengo reposo sino en el cambio, en el Devenir! Todo está en todo, y Todo es todo: el bien y el mal, la natura y la gracia, el sabio y el ignorante, Cristo y Sócrates, el arzobispo y el descamisado! ¡Yo soy el gran Todo de Fichte, Schelling y Hegel!


El Bien y el Mal en su fondo

Son uno en eterno abismo—

El Ser y No-Ser lo mismo

Son uno en abismo hondo—

El Universo es redondo

No hay en él cruce ni cruz—

Alma del mundo es Jesús

Que un cuerpo etéreo evidencia—

Y todo eso es mi conciencia

Que es Inextinguible Luz.

El mundo de hoy (el mundo, no la Iglesia) está despartido en dos grandes partes (y por fin llegamos aquí a Dinámica Social) que andan queriendo chocar entre sí; una de ellas arbola como estandarte el “Progreso Técnico” y la otra la “Justicia Social”— y parecen del todo contrapuestas o irreconciliables entre sí, aunque se hunda el mundo. Pero ambas concuerdan en una cosa, que es su odio a la Tradición; la Tradición que representa (en cuanto es posible en el hombre) no el cambio sino lo que permanece. Las dos partes en conflicto quieren cambiar y cambiar; hacer cambios, apresurar el cambio, precipitar el cambio (progreso llaman a eso) y llegar al gran Cambio, que haga de este valle de abrojos un edén, con solas las fuerzas del hombre. Y para eso las dos partes se sirven como instrumento de la mecanización de la sociedad y el universo, que llaman tecnocracia y es tecnolatría. Es la “réussite” más grande que ha tenido Satán en todas las edades: la materialización de lo vital, lo viviente sometido a la máquina: y la máquina al servicio del Dinero, concreción metálica del trabajo y el afán humano, el Ídolo duro que Moisés hizo pedazos y mandó pasar a cuchillo a sus adoradores… ¡Cómo ha cambiado también Moisés con el tiempo!

La materia es mecánica y se somete a la mecánica: el espíritu no es mecánico; él “sopla donde quiere y no sabes de dónde viene ni adónde va”. El diablo no tiene poder sino sobre la materia, pero hay que reconocer que ese poder hoy día no le ha sido negado; y que el espíritu gime oprimido hasta la sangre bajo ese poder.

Los poetas no tienen idea de ese poder; y por eso se la toman con Satán un poco a la ligera, le tienen lástima, y lo quieren “redimir”: Hugo, Vigny, Papini… Ya te van a dar redimir. Les podíamos decir, así medio en broma medio en veras:


“—¡Oh poeta! ¿Qué has hecho de Satán?

¿Qué has hecho del Lucero de la Mañana, de la Criatura Primogénita, del Principio de las Vías, del Carbunclo Primigenio, del Príncipe de este mundo, del Fuerte Armado, del Hijo del Amanecer?

¿Qué has hecho del Fulmen de Dios, que le bastaría tocarte para hacerte polvo; qué digo tocarte, solamente soplarte; más aún, con sólo mirarte?

¿Qué has hecho del gran Embustero, del que fue homicida desde el principio, del Acusador, del Crítico, del Domador, de la Serpiente Antigua, del Dragón Rojo, del refulgente Arcángel del Exterminio?

¿Qué has hecho de Abbadón, de la llama inteligente y pérfida, de la piedra preciosa, del aire de las tormentas?

¿Qué has hecho del Rey de las Serpientes y el Emperador de los Mosquitos, del León Rugiente Circundante, del gran Perro Encadenado?

¿Qué has hecho del Emperador del Doloroso Reino? ¿Qué has hecho de él?

—¡Oh teólogo! Lo he matado para hacer metáforas para mis poemas.

—Pues sepa Ud. que no es disculpa…”

Esto se nos ocurrió acerca del Satán de Papini. Satán ha muerto (eso se cree el mundo) en el mundo moderno; y los poetas no temen ya hacer con sus carnes longanizas de metáforas, como las que hemos hecho arriba. Hacen mitología con él.

Los que no creen en su existencia, pueden tomar todo esto como mitología. De cualquier forma, Satán está todavía dentro del pensamiento occidental, y no hay sin él poesía ni filosofía. Carducci y Baudelaire le han escrito himnos, Rafael Obligado lo pintó como el simpático Dios del Progreso; y grandes sistemas filosóficos, como el de Carlos Marx y Heidegger, lo ponen implícitamente como un Absoluto, pues maniqueamente hacen del Mal el principio último de todas las cosas.

Y el Mal, por más poder que tenga, no es el principio último de todas las cosas.

Leonardo Castellani, “Papé Satán, Papé Satán Aleppe”, en Dinámica Social, nº 41 (Enero de 1954). Recopilado en Notas a caballo de un país en crisis, con “Estudio Preliminar” de Bernardino Montejano (Buenos Aires: Dictio, 1974).





Duccio di Buoninsegna (1255/60–1318/9)
"La tentación de Cristo en la montaña"
(témpera y oro sobre madera),
fragmento de "La Maestà" que adornó el altar mayor de la Catedral de Siena hasta el siglo XVIII en que fue desmantelado. Este fragmento se encuentra actualmente en The Frick Collection (Nueva York, Estados Unidos)

 

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